Alfonso chico carrasquel Anecdota




Alfonso Chico Carrasquel Anecdota 

Para el libro de crónicas de béisbol Mis barajitas, publicado por Editorial Alfa en 2009, dediqué este texto a uno de los responsables de mi amor por el juego. No tenía escapatoria después de escucharlo contar con tanta gracia sus hazañas y las hazañas de los jugadores de su tiempo. Fue uno de ellos, unos de los mejores. Aquí el texto, corregido y aumentado. Muchas veces, cuando Concepción realizaba una gran jugada, papá aprovechaba para recordar al inigualable Alfonso “Chico” Carrasquel.

Si algo es verdaderamente una fortuna en la vida, es poder ser amigo de un ídolo. Aunque Alejandro Carrasquel había sido el primer venezolano en jugar para un equipo de Grandes Ligas, seguido de Jesús “Chucho” Ramos, fue Alfonso “Chico” Carrasquel quien adquirió dimensiones de superestrella. Había debutado en la pelota profesional en 1946 con el Cervecería Caracas, el equipo de la capital que había heredado el abolengo del Royal Criollos.

Al principio se le conoció como “El sobrino”, por su parentesco con Alejandro, pero tan rápido como un swing, desde el primer día se instaló en el sentir caraquista. Debutó con jonrón, inaugurando la lista de los batazos de vuelta entera en la historia de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional. Dos versiones se dan como válidas para explicar el apodo de “Chico”. Unos dicen que fue para diferenciarlo de su tío Alejandro y otros que el origen fue su hablar caraqueño, “chico, pa’llá; chico, pa’cá; oye, chico…” Lo de Fantasma de la Calle 35 se lo ganó en el Comiskey Park que estaba en la calle 35 de Chicago.

Dicen que cuando ya parecía que la bola iba a picar inatrapable, Alfonso salía como de la nada, como un espectro, para colgar un out. Basta con ver las fotos de la época para entender porqué, además de ser el favorito de los fanáticos caraquistas, era también admirado por las muchachas. Alfonso era alto, atlético, buenmozo, con alegres ojos achinados y siempre sonreído. Sumemos a eso su encanto extraordinario para contar historias y ocurrente con los piropos. Aún no tengo claro si eso del “equipo de las caras bonitas” era por las mujeres bellas que iban al Cervecería o por Alfonso y algún otro pelotero guapo, el “Chino” Canónico tal vez. Él y mi papá se hicieron amigos cuando ya el Chico era una superestrella. Los presentó Miguel Sanabria, quien había ideado con papi y otros egresados de la UCV una forma de no alejarse ni de la Universidad, ni del béisbol: la caimanera de los miércoles, integrada básicamente por profesionales recién graduados que jugaban pelota.

Sanabria era ingeniero, Ernesto Rivas era economista, papá médico y así cada uno tenía su título, pero ninguno quiso colgar los ganchos. Aún juegan los miércoles y algunos sábados en una liga que se llama Edelmiro Reyes. Miguel Sanabria, que además de ingeniero había sido un destacado deportista, probó suerte en el profesional, tanto en béisbol como en fútbol. En el fútbol se le recuerda como “El Pez Volador”; en el béisbol jugó para el Cervecería y el Pampero. Con los spikes era agresivo y pícaro, no en balde le decían “El Caribe Sanabria”. Fue exaltado al Salón de la Fama del Deporte de Venezuela. No era mi tío biológico, pero siempre le llamé “Tío Miguel”, porque como tal lo quería. La caimanera se juega todos los miércoles al medio día, a menos que una causa irremediable se los impida y ha sido así desde siempre, por eso era fácil que coincidieran comenzando la tarde, cuando terminaba la partida de los egresados y comenzaba la práctica de los profesionales.

Fue ahí, en el Universitario, donde papá conoció a “Carrasquelito”, quien nunca dejó de ser su favorito. No recuerdo qué edad tenía yo la vez que lo conocí, pero sí que en el desayuno siguiente le hablé a papá de muchas de las anécdotas que me había contado el rato que estuvo hablándome. Sabía que yo estaba gozando un mundo, hacía gestos, se ponía grande y chiquito, se reía de mis reacciones y así fue por un rato. Él era como un cuentacuentos: sus historias eran fascinantes y parecían irreales. Como había sido uno de los mejores de su época, sus cuentos involucraban nombres sólo alcanzables para la mayoría de la gente, a través de los libros o películas; nombres como Willie Mays, Ted Williams, Joe DiMaggio, el presidente Harry Truman, quien lo mandaba a buscar para almorzar en su rancho en Kansas City; Marilyn Monroe, César Girón, Susana Duijim, Alfredo Sadel… Mi papá sólo se reía cada vez que yo le refería un cuento que me había contado y luego me decía que debía creerle sólo una parte, porque a él le gustaba exagerar.

Lo cierto es que hasta el final, hasta el último día que le escuché contarme algo, siempre creí que si aquello no había pasado tal como él decía, así era como debió ocurrir, y punto. Contaba de la noche en la que fue a cenar con Joe DiMaggio y Marilyn, cerraba los ojos y subía el hombro derecho hacia la oreja cuando recordaba la voz de la rubia susurrando en su oído. Lo revivía. Como ya he escrito otra vez de todas sus memorias, la que más me gustaba oír era la de su primer uniforme de pelotero. En su humilde hogar de Sarría había mucho afecto, pero poca plata, así que cuando le tocó ponerse su primer uniforme, su mamá tuvo que hacerlo con la resistente tela de dos sacos de harina “Gold Medal”. Alfonso evocaba eso con tanto amor, que se le quebraba la voz emocionado, porque de ahí inevitablemente recordaba otro uniforme suyo, el primero que le dieron cuando llegó a Vero Beach, entonces hogar primaveral de los Dodgers. Recordemos que Alfonso llegó al béisbol de las Mayores de la mano de Branch Rickey, el gerente que firmó a Jackie Robinson y a Roy Campanella y más tarde a Roberto Clemente.

Al final de esa primavera fue cambiado para los Medias Blancas de Chicago y de ahí en adelante la historia es conocida. Fue el primer pelotero latino en un Juego de Estrellas, en una época en la que la selección corría a cargo de los propios jugadores y Chico le ganó el lugar nada menos que a Phil Rizzuto, uno de los más emblemáticos Yankees de todos los Yankees. No tenía facturas para nadie, no fue de guardar rencores, ni con la diabetes llegó a disgustarse. Era tan dulce. Se saboreaba la vida recordando, por eso era tan buen conversador. Rescato esta anécdota que amo recordar porque él se divertía demasiado contándola. Es de mis mejores recuerdos de sus cuentos. Aparece el nombre de Willie Mays. Fue en un juego en el que Mays se embasó por doblete. Alfonso cubría el short stop y el mexicano Beto Ávila la segunda base. Así que la comunicación era en español. “Chico”, con el humor que no perdía nunca, le dijo al camarero: “¡Bueno, Beto, vamos a sacar out a este maricón!” La sorpresa fue grande para los dos. Con su característica voz, Willie Mays le gritó también en español: “¡Hey, Chico, mi no maricón, ¿ok?”.

El Cuentacuentos del campo corto imitaba su tono y yo moría de la risa. Nunca perdió el humor. Unas semanas antes de su último inning, se enfermó y hubo que llevarlo al Hospital de Clínicas Caracas. Allí estuvo un par de días antes de regresar a la casa. Hablamos por teléfono desde su habitación donde estaba hospitalizado y me dijo: “Llegué a tercera, pero no me empujaron, así que nos vamos a extraining”. Habíamos resuelto que su partida la estaba “ompayando” el cubano Roberto “Musulungo” Herrera, célebre exjugador del Caracas que después se hizo árbitro y quien por años cantó bolas y strikes en nuestra pelota. Cuando Musulungo estaba detrás del plato, muchos juegos terminaron en extrainings, así que acordamos que él era el árbitro principal. Le dieron de alta. EL 27 de mayo de 2005 me despertaron de la radio antes de las seis de la mañana para que preparara una semblanza suya. Fue como me enteré de que se nos había ido en la noche del 26 de mayo. Me contó su hermanita Maritza que se acostó a dormir contento porque Freddy García (esa temporada con Chicago) había ganado y los Medias Blancas, dirigidos por Oswaldo Guillén, habían tenido un buen arranque.

Tenía la placidez y la sonrisa de quien se fue de 4-4, o en todo caso de quien no dejó pasar un pitcheo bueno. Ese año, los Medias Blancas de Chicago ganaron la Serie Mundial por primera vez desde 1919. Oswaldo Guillén y sus muchachos acabaron con la “Maldición de los Medias Negras” en una serie en la que pasaron cosas increíbles, mágicas, casi todas en los alrededores de la segunda base. Además, en la temporada 2005-2006, nombrada “Alfonso Carrasquel” en su memoria, los Leones del Caracas se titularon otra vez, después de 10 años, luego de ganar juegos que parecían imposibles. En la Serie del Caribe celebrada en Valencia y Maracay, los Leones ganaron invictos. No habían ganado el clásico desde hacía 17 años, “17”, como el número de Chico. También en esos juegos ocurrieron cosas extrañas, como la que selló la victoria.

El último desafío fue contra los dominicanos. El juego estaba empatado en el noveno, con hombre en segunda. Henry Blanco conectó mal una bola que salió como un “inocente” flaicito al campo corto. Cuando parecía que el juego se iría a innings extras, Erick Aybar se desubicó y recibió la pelota con la cabeza, desviándola más lejos, hacia el jardín izquierdo. Nada que hacer. Álex González entró con la de dejarlos en el terreno. La “jugada” no deja de ser cómica, porque fue un juego de pelota que terminó con un cabezazo. Se hizo inevitable pensar en el Fantasma de la Calle 35…

Mari Montes


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Alfonso Chico Carrasquel Anecdote

For the baseball chronicles book Mis barajitas, published by Editorial Alfa in 2009, I dedicated this text to one of those responsible for my love for the game. He had no escape after hearing him tell with such grace his exploits and the feats of the players of his time. He was one of them, one of the best. Here the text, corrected and augmented. Many times, when Concepción made a great play, Dad took the opportunity to remember the matchless Alfonso "Chico" Carrasquel. If something is truly a fortune in life, it is being able to be friends with an idol.

Although Alejandro Carrasquel had been the first Venezuelan to play for a major league team, followed by Jesus "Chucho" Ramos, it was Alfonso "Chico" Carrasquel who acquired superstar dimensions. He had debuted on the professional ball in 1946 with Cervecería Caracas, the team of the capital that had inherited the ancestry of the Royal Creole. At first he was known as "The Nephew", because of his kinship with Alejandro, but as fast as a swing, from the first day he settled in the caraquista feeling. He debuted with a homer, inaugurating the list of the full-blows back in the history of the Venezuelan Professional Baseball League.

Two versions are given as valid to explain the nickname "Chico." Some say that it was to differentiate him from his uncle Alejandro and others that the origin was his Caracas speech, “boy, pa’llá; boy, pa’cá; hey, boy ... ”The Ghost of 35th Street won it at the Comiskey Park that was on 35th Street in Chicago. They say that when it seemed that the ball was going to sting unattainable, Alfonso came out of nowhere, like a spectrum, to hang an out. Just look at the photos of the time to understand why, in addition to being the favorite of the fanatical fans, he was also admired by the girls. Alfonso was tall, athletic, good-looking, with cheerful aching eyes and always smiling. Add to that its extraordinary charm to tell stories and occur with compliments. I am still not sure if that of the "team of pretty faces" was for the beautiful women who went to the Brewery or for Alfonso and some other handsome baseball player, the "Chinese" Canonical perhaps.

He and my dad became friends when the boy was already a superstar. They were presented by Miguel Sanabria, who had devised with daddy and other graduates of the UCV a way not to move away from the University, nor from baseball: the caimanera on Wednesdays, basically composed of newly graduated professionals who played ball. Sanabria was an engineer, Ernesto Rivas was an economist, a medical dad and so everyone had their title, but none wanted to hang the hooks. They still play on Wednesdays and some Saturdays in a league called Edelmiro Reyes. Miguel Sanabria, who in addition to being an engineer had been an outstanding athlete, tried his luck in the professional, both in baseball and football. In football he is remembered as "The Flying Fish"; in baseball he played for the Brewery and the Pampero. With the spikes he was aggressive and mischievous, not for nothing he was told "The Caribbean Sanabria".

He was exalted to the Hall of Fame of Sport of Venezuela. He was not my biological uncle, but I always called him "Uncle Miguel", because as such he wanted him. The caimanera is played every Wednesday at noon, unless an irremediable cause prevents them and it has always been that way, so it was easy for them to coincide starting the afternoon, when the departure of the graduates ended and the practice of professionals It was there, at the University, where Dad met "Carrasquelito", who never ceased to be his favorite. I don't remember how old I was the time I met him, but at the next breakfast I talked to Dad about many of the anecdotes he had told me about the time he was talking to me. I knew that I was enjoying a world, making gestures, getting big and small, laughing at my reactions and so it was for a while.

He was like a storyteller: his stories were fascinating and seemed unreal. As he had been one of the best of his time, his stories involved names only attainable for most people, through books or movies; names like Willie Mays, Ted Williams, Joe DiMaggio, President Harry Truman, who sent him to look for lunch at his ranch in Kansas City; Marilyn Monroe, César Girón, Susana Duijim, Alfredo Sadel ... My dad only laughed every time I told him a story he had told me and then told me that I should believe him only part, because he liked to exaggerate. The truth is that until the end, until the last day I heard him tell me something, I always believed that if that had not happened as he said, that was how it should have happened, period. He told of the night he went to dinner with Joe DiMaggio and Marilyn, he closed his eyes and raised his right shoulder towards his ear when he remembered the blonde's voice whispering in his ear. I revived it. As I have written again of all his memoirs, the one I liked most to hear was that of his first baseball uniform. In his humble home in Sarría there was a lot of affection, but little money, so when he had to put on his first uniform, his mother had to do it with the resistant fabric of two sacks of flour “Gold Medal”.

Alfonso evoked that with so much love, that his voice was broken excited, because from there he inevitably remembered another uniform of his, the first one he was given when he arrived at Vero Beach, then the Dodgers' spring home. Recall that Alfonso came to the baseball of the Elders by the hand of Branch Rickey, the manager who signed Jackie Robinson and Roy Campanella and later Roberto Clemente. At the end of that spring it was changed for the Chicago White Sox and from then on the story is known. He was the first Latin player in a All-Star Game, at a time when the team was run by the players themselves and Chico won the place no less than Phil Rizzuto, one of the most iconic Yankees of all Yankees. He had no bills for anyone, he did not hold grudges, nor did he get upset with diabetes. It was so sweet. He tasted his life remembering, that's why he was such a good conversationalist. I rescue this anecdote that I love to remember because he had too much fun telling it. It is my best memories of his stories. Willie Mays name appears. It was in a game in which Mays reached for double. Alfonso covered the short stop and the Mexican Beto Ávila the second baseman. So the communication was in Spanish. "Boy," in the mood he never lost, he told the waiter, "Well, Beto, let's get this fag out!"

The surprise was great for both of us. With his characteristic voice, Willie Mays also shouted at him in Spanish: "Hey, boy, not my fag, ok?" The Short Story Storyteller imitated his tone and I died of laughter. He never lost his mood. A few weeks before his last inning, he became ill and had to be taken to the Caracas Clinic Hospital. There he was a couple of days before returning home. We talked on the phone from his room where he was hospitalized and he said: "I reached third, but they didn't push me, so we're going to be extraining." We had resolved that his game was "accompanied" by Cuban Roberto "Musulungo" Herrera, a famous former player of Caracas who later became a referee and who for years sang balls and strikes on our ball. When Musulungo was behind the plate, many games ended in extrainings, so we agreed that he was the main referee. He was discharged. On May 27, 2005, they woke me up from the radio before six in the morning to prepare a semblance of theirs.

It was how I learned that we had left on the night of May 26. Her little sister Maritza told me that she went to bed happy because Freddy Garcia (that season with Chicago) had won and the White Sox, led by Oswaldo Guillen, had a good start. He had the placidity and the smile of who left 4-4, or in any case of who did not let a good pitching pass. That year, the Chicago White Sox won the World Series for the first time since 1919. Oswaldo Guillen and his boys ended the "Curse of the Black Sox" in a series in which incredible, magical things happened, almost all around from second base. In addition, in the 2005-2006 season, named "Alfonso Carrasquel" in his memory, the Lions of Caracas were titled again, after 10 years, after winning games that seemed impossible. In the Caribbean Series held in Valencia and Maracay, the Lions won undefeated. They hadn't won the classic for 17 years, "17," like Chico's number. Also in those games strange things happened, like the one that sealed the victory. The last challenge was against the Dominicans. The game was tied in the ninth, with man in second. Henry Blanco misconnected a ball that came out as an "innocent" flaicito to the short field. When it seemed that the game would go to extra innings, Erick Aybar got out and received the ball with his head, diverting it further, towards the left garden. Nothing to do. Álex González entered with the one to leave them in the land. The "play" is still funny, because it was a ball game that ended with a header. It was inevitable to think of the Ghost of the 35th Street…

Mari Montes

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